sábado, 5 de diciembre de 2015

UN GRINGO EXPLOSIVO




Decía que era el mejor conductor motorista de la unidad y que no había nada que no pudiera hacer con el pesado vehículo que le fuera asignado.

La jornada parecía transcurrir con su ya tradicional monotonía de campaña. Cada personal en su tarea o sencillamente, en ocio absoluto.
El vivac se había emplazado al pie de un cerro de mediana elevación y el desplazamiento de la tropa entre las carpas era también rutinario, salvo lo que hacía el “Gringo”, soldado clase 59 de origen rural y conocedor en el manejo de camiones y maquinarias agrícolas.
Será por eso tal vez que se le había asignado la conducción del Mercedes Benz 1114 con tanque cisterna para el transporte del gasoil para abastecer a los vehículos del GADA 121 que habían sido desplazados hasta la zona de frontera en la región de Guer Aike.
El “Gringo” era, decían sus camaradas, eso. Un gringo de campo ciento por ciento. Retacón y como tal de autoestima que se proyectaba por encima de su talla. Se las sabía todas en cuestiones de fierros mecánicos. Manejarlos, arreglarlos y obviamente, como todo argentino, hasta “atarlo con alambre” cuando la emergencia presentaba a aquello como única solución al problema planteado. No había nada que el “Gringo” no pudiera hacer.
Y aquel espléndido día soleado no iba a ser una excepción para poder hacer alarde de su destreza como “conductor motorista”. Montado en el cisterna enfiló para el cerro y comenzó a treparlo. Vaya a saber porqué capricho quería desafiar las leyes del estacionamiento vehicular. Y así lo hizo. O por lo menos, lo intentó.
Dejó el Mercedes “empinado” con su freno de mano. Descendió del vehículo y comenzó a descender la lomada a puro pecho henchido. Seguramente –pensaría- no serían muchos los que se animarían a superarlo, siquiera, a imitarlo.
- Che, miren como dejó el camión el “Gringo”. Espetó un soldado disparando los más variados comentarios sobre la destreza o audacia, o ambas cuestiones a la vez, que habrían impulsado al destinatario de aquellos dichos.
Y, seguramente,  el “Gringo” lo sospechaba porque continuaba cuesta abajo como John Wayne regresando al pueblo luego de matar al forajido de la película.
De pronto los murmullos que él no podía escuchar se convirtieron en gritos que no alcanzaba a comprender. Tampoco las gesticulaciones de sus compañeros. Seguramente habrá pensado que eran los vítores de los amigos y chanzas de sus detractores.
Pero no. El camión había comenzado a moverse lentamente atraído por aquella fuerza que el “Gringo” pretendía desafiar. Y aquel movimiento casi imperceptible fue cobrando velocidad.
Los de abajo aleteaban sus brazos y trataban de advertir al “Gringo” que al menos se corriera de su trayectoria. Pero nada. El conductor motorista continuaba su descenso a paso firme y sonriente.
Una piedra desvió sutilmente el derrotero y el bólido sin control pasó raudo por un costado del “Gringo” que reaccionó emprendiendo una carrera con el objetivo –sin éxito- de treparlo para echar mano –o pie- al freno.
La distancia entre hombre y máquina fue cada vez mayor y el camión parecía dirigirse –cada vez con mayor velocidad y descontrol- hacia el vivac. Las voces de alarma hicieron que todo el personal saliera a la carrera de las carpas y buscaran posiciones más seguras.
Pero otra piedra de mayor volumen que la anterior hizo levantar al camión en su trayectoria en reversa y modificar levemente su recorrido para estamparse en un montículo rocoso.
El impacto y la ignición derivada hicieron que una de las tapas superiores de la cisterna saltara por los aires impulsada por un gran chorro de gasoil en llamas. Ese fue el triste final de la unidad a cargo de aquel conductor motorista.
Y el “Gringo” pasó diez días en calabozo de campaña. Dicen, le hicieron precio.

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